¡PARÍS BIEN VALE UNA MISA!

Había que conquistar París y hasta su Arco de Triunfo nos fuimos con nuestras banderas y nuestras camisetas del ADAS Barco. ¿Cómo se puede expresar con palabras la emoción de tomar la salida junto a más de 40.000 atletas de todas las nacionalidades? Baste una imagen y decir que pasaron más de doce minutos hasta que pudimos cruzar la línea de salida. Luego, un espectáculo inenarrable: correr frente a los principales edificios de la capital parisina, siempre envueltos en una marea multicolor y jaleados por columnas interminables de espectadores. Por si no fuera suficiente estímulo, cada kilómetro aparece un grupo musical que anima aún más a los corredores. La maratón, como siempre, se hace dura, pero uno siente una emoción especial que sólo puede sentirse si has tenido la fortuna de vivir algo así, al menos una vez en la vida. Lo de menos, el resultado. Miguel Angel, otra vez extraordinario, finaliza en poco más de 4 horas y diez minutos en el puesto 16.300, y eso pese a haberme ido esperando la primera mitad de la carrera. Yo, con malas sensaciones desde el principio (en cuanto a ritmo, que no a todo lo demás), me veo obligado a caminar y a tomarme la prueba con calma. Al final entro en cuatro horas y 55 minutos (mi peor tiempo, con diferencia, de las 34 maratones que llevo acabadas) y hago el puesto 22.829. Me queda esa espinita clavada y algún día tendré que volver a París para sacármela. Esa misma tarde, fuimos hasta Notre Dame a dar las gracias por acabar la prueba sin lesiones. A nuestra manera, conquistamos París, e hicimos cierto aquello de que París bien vale una misa.